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viernes, 16 de marzo de 2012

K U N T A.


En la década de los años 80, se transmitía una serie televisiva de gran impacto titulada  RAICES.   

El personaje principal se nombraba KUNTA, e inspiró el nombre de un huésped  inusual  en el régimen de crianza artificial. 

La población de hienas manchadas que  era exhibida  en el zoológico, contaba en sus recintos con “cuevas” destinadas como “parideras”.  Parían de 1 a 2 crías, de  pelaje gris oscuro o negro, sin que las manchas fueran visibles en esa etapa. Y a las que la hembra atendía con dedicación.

En esta ocasión fue necesario separar al hienato único de la camada ante el peligro de que en riñas territoriales que estaban ocurriendo, fuera agredido a pesar de la defensa materna.

Alrededor de los 20 días de nacida, y con 2,6 kgs de peso y una longitud de 38 cms, era una verdadera “fierecilla”, recelosa y  con el pelaje negro. La instalamos sola en un recinto y se le colocó una caja de madera con una cama de heno, para darle calor.   Permanecía en un  extremo dentro de la caja, a oscuras , con los ojos abiertos y la mirada penetrante intentaba morder a todo el que se le acercara.

El primer día la dejamos tranquila, sola, con un recipiente de agua por si tenía sed.  Ya al segundo día, se le comenzó a ofrecer trocitos de carne, que le poníamos lo mas cerca posible con una pinza larga, para evitar el mordisco.  Aún no comía con autonomía.

Con dedicación y paciencia, al cuarto día logramos que saliera de la caja, que por fin se le podía limpiar y cambiarle la cama.  Comenzó a mordisquear la carne ofrecida, que esta vez le brindamos molida  hasta que se acostumbrara a ingerirla en trozos. La leche no le gustó y la derramó. Salía de su “guarida” a buscar el alimento, lo hacía manteniéndose  desconfiada y atenta a cualquier movimiento, y comía mejor en la tarde o la noche.  La leche que le ofrecimos nunca le gustó. 

Tenía 30 días de edad y su pelaje comenzó a tornarse rojizo,  caminaba “agachada”, y con la cola recogida entre las patas traseras. No confiaba aún.

En una ocasión, se le puso en la caja  una manta para darle calor y le gustó.  La arrastraba por todo el recinto,  jugaba con ella y después se echaba encima, utilizándola como almohada.

Kunta se fue adaptando y socializando.  Se le abría la puerta y corría tras su cuidador. Jugaba con la escoba y los utensilios destinados para la limpieza, estorbando un poco, y se mostraba dócil y familiar emitiendo unos sonidos que recordaban un motor al arrancar, y cuando se le llamaba por su nombre, nos regalaba “una sonrisa”.

A los 60 días, el pelaje de la cabeza, las orejas y alrededor de los ojos, comenzó a cambiar la coloración rojiza y se tornó de color gris claro, casi blanco, corría por todo el lugar con un hueso que mordisqueaba con avidez y transportaba entre sus fuertes mandíbulas. Las manchas propias de su especie comenzaron a delinearse,   y en la cabeza, el cuello y las extremidades anteriores todo el pelaje era nuevo.  La relación con  los cuidadores continuaba siendo amistosa.

Cuando cumplió los 4 meses ya no tomaba la leche que se le ofrecía, y que nunca le gustó mucho. Comía  la carne y el hueso una vez al día, todo el pelaje era nuevo y tenía sus  manchas bien delimitadas.

Le gustaba bañarse en el bebedero que  tenía su recinto y que la mojaran con la manguera.  Solo en una ocasión tuvo  tos, después de días de mucho frío y humedad, pero reaccionó rápidamente al tratamiento que se le administró. A los extraños los amenazaba con gruñidos y mirada amenazante. No así con el personal, al que le daba muestras  de  reconocimiento y docilidad.

No era posible incorporarla de nuevo a  la manada de donde  procedía, y cuando cumplió los 6 meses de edad y un peso de 14 kilogramos, fue donada a un zoológico provincial, como ejemplar único, para ser exhibida y fomentar  en el  futuro con alguien de su edad, otra familia. Las hembras poseen un clítoris eréctil de gran tamaño que resulta muy difícil de diferenciar del pene de los machos.  Nunca supimos si era EL o si era ELLA.

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