En la década de los años 80, se transmitía una serie
televisiva de gran impacto titulada RAICES.
El personaje principal se
nombraba KUNTA, e inspiró el nombre de un huésped inusual en el régimen de crianza artificial.
La población de hienas
manchadas que era exhibida en el zoológico, contaba en sus recintos con “cuevas” destinadas como
“parideras”. Parían de 1 a 2 crías,
de pelaje gris oscuro o negro, sin que
las manchas fueran visibles en esa etapa. Y a las que la hembra atendía con dedicación.
En esta ocasión fue necesario separar al hienato único de la camada ante el peligro de que en
riñas territoriales que estaban ocurriendo, fuera agredido a pesar de la
defensa materna.
Alrededor de los 20 días de nacida, y con 2,6 kgs de peso y una longitud
de 38 cms, era una verdadera “fierecilla”, recelosa y con el pelaje negro. La instalamos sola en un recinto y se le colocó una
caja de madera con una cama de heno, para darle calor. Permanecía en un extremo dentro de la caja, a oscuras , con
los ojos abiertos y la mirada penetrante intentaba morder a todo el que se le
acercara.
El primer día la dejamos tranquila, sola, con un recipiente
de agua por si tenía sed. Ya al segundo
día, se le comenzó a ofrecer trocitos de carne, que le poníamos lo mas cerca
posible con una pinza larga, para evitar el mordisco. Aún no comía con autonomía.
Con dedicación y paciencia, al cuarto día logramos que
saliera de la caja, que por fin se le podía limpiar y cambiarle la cama. Comenzó a mordisquear la carne ofrecida, que
esta vez le brindamos molida hasta que
se acostumbrara a ingerirla en trozos. La leche no le gustó y la derramó. Salía de su “guarida” a buscar el alimento, lo hacía
manteniéndose desconfiada y atenta a
cualquier movimiento, y comía mejor en la tarde o la noche. La leche que le ofrecimos nunca le gustó.
Tenía 30 días de edad y su pelaje comenzó a tornarse
rojizo, caminaba “agachada”, y con la
cola recogida entre las patas
traseras. No confiaba aún.
En una ocasión, se le puso en la caja una manta para darle calor y le
gustó. La arrastraba por todo el
recinto, jugaba con ella y después se
echaba encima, utilizándola como almohada.
Kunta se fue adaptando y socializando. Se le abría la puerta y corría tras su cuidador. Jugaba con la escoba y los utensilios
destinados para la limpieza, estorbando un poco, y se mostraba dócil y familiar
emitiendo unos sonidos que recordaban un motor al arrancar, y cuando se le
llamaba por su nombre, nos regalaba “una sonrisa”.
A los 60 días, el pelaje de la cabeza, las orejas y
alrededor de los ojos, comenzó a cambiar la coloración rojiza y se tornó de
color gris claro, casi blanco, corría por todo el lugar con un hueso que
mordisqueaba con avidez y transportaba entre sus fuertes mandíbulas. Las manchas propias de su especie comenzaron a
delinearse, y en la cabeza, el cuello y
las extremidades anteriores todo el pelaje era nuevo. La relación con los cuidadores continuaba siendo amistosa.
Cuando cumplió los 4 meses ya no tomaba la leche que se le
ofrecía, y que nunca le gustó mucho. Comía
la carne y el hueso una vez al día, todo el pelaje era nuevo y tenía sus
manchas bien delimitadas.
Le gustaba bañarse en el bebedero que tenía su recinto y que la mojaran con la
manguera. Solo en una ocasión tuvo tos, después de días de mucho frío y humedad,
pero reaccionó rápidamente al tratamiento que se le administró. A los extraños los amenazaba con gruñidos y mirada
amenazante. No así con el personal, al que le daba muestras de reconocimiento
y docilidad.
No era posible incorporarla de nuevo a la manada de donde procedía, y cuando cumplió los 6 meses de edad
y un peso de 14 kilogramos, fue donada a un zoológico provincial, como ejemplar
único, para ser exhibida y fomentar en
el futuro con alguien de su edad, otra
familia. Las hembras poseen un clítoris eréctil de gran tamaño que resulta
muy difícil de diferenciar del pene de los machos. Nunca supimos si era EL o si era ELLA.
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