Daka estuvo posando para la
cámara con total despreocupación. La macaco cangrejero no parecía inmutarse
hasta que vio asomarse con una carretilla bien suministrada con frutas,
vegetales, huevos..., a la especialista principal de este lugar, adonde llegó
recién nacida.
De repente, el ya juvenil primate
proveniente de Asia, se alborotó de una manera asombrosa. Pensábamos que por
apremios del estómago, pero Dailyn, que la conoce al dedillo, explicó su
«escandalosa» reacción: «Ella es la única que se altera cuando me ve con el
pelo suelto. ¡Con lo lindo que me queda!», y se lo recogió para el sosiego de
Daka.
A los 20 años, la experta
veterinaria se sumó a la gran familia del Zoológico Nacional, 12 de los cuales
ha permanecido en esta área, «que se utiliza como método alternativo para criar
las especies que no pueden ser amamantadas por sus padres, ya sea por falta de
leche de su madre, o porque los padres u otros miembros de la manada las
rechacen. También las recibimos por bajo peso, hipotermia, deshidratación...
Aquí son lactados con un sustituto de leche materna, que intentamos que se
asemeje a la de cada especie, y que sea económicamente sostenible».
—¿Por qué no son todas iguales?
—No, algunas tienen más
requerimientos de proteínas, de grasas, o de carbohidratos... La más parecida a
la humana es la de los primates, a los que se les da su toma cada tres horas y
luego se les elaboran papillas de malanga con pollo, como si fueran bebés. Con
todos estos animalitos se trabaja 24 horas.
—¿Veinticuatro horas por 48 de
descanso? ¿Y la familia?
—Siempre ayuda, de lo contrario
ninguna de las cinco que nos encargamos de esta área pudiéramos seguir. Tengo
una niña y mi madre es mi brazo derecho. Eso es fundamental. Somos técnicas
especializadas y de experiencia, ya adaptadas al manejo de los animales, porque
no se puede estar inventando: ellos broncoaspiran con mucha facilidad y tienes
que enseñarlos a tomar leche con tetera, a comer carne en el caso de los
carnívoros; estimularlos, realizar la labor que les correspondería a sus
madres.
«Uno se encariña tremendamente.
Especialmente con los monos, pues son muy inteligentes y dependientes. Cuando
los traen se manipulan en incubadoras, pero uno tiene que darles calor,
cargarlos, enseñarlos a comer papillas con cucharas... Por eso cuando llega el
momento en que deben cambiarse, sientes mucho la pérdida.
«Mi aliciente es que he criado
hijos de monos que antes estuvieron a mi cargo. ¡Ya he sido hasta abuela! Y eso
me da un profundo placer, porque se ha logrado el objetivo: la viabilidad, la
vitalidad...
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