El apasionado veterinario vela por la
«tranquilidad felina» en el foso. «Al principio uno se asusta, pero cuando pasa
el tiempo ese temor se va eliminando. Y no es exceso de confianza, pues tenemos
como ley que bajo ningún concepto podemos dejar una reja abierta. No se puede
estar bobeando, los problemas se dejan siempre en casa».
. «Empecé en el Zoo infantil, donde había una
pareja de leones hermanos, de tres años cada uno. Y cada vez que pasaba por la
jaula, la hembra me miraba.
Aprovechando que un día estaba solo en la nave me
dije: Esta es la mía.
Sucedió que con la pata la hembra enganchó la puerta, la
abrió hacia afuera y me pasó por el lado. Comenzó a correr de un lado para otro
y yo pensaba: ¡Ay, mi madre, qué me hago! Me dio por cerrar la puerta del
pasillo y quedarme trancado con ella. Entonces vino y se me arrastró por los
pies, como si fuera un gato.
«Me puse a pasarle la mano, y
permaneció tranquilita. A partir de ese momento la sacaba todos los días. ¿Y
sabes lo que ocurrió? En otra ocasión me dispuse a limpiar la jaula con el
hermano dentro de la paridera.
Ella se hallaba fuera, en el pasillo, y vio
cuando este se acercó por detrás y me haló por el pie. Entonces, vino corriendo
y le metió el pecho. Se interpuso entre los dos, al tiempo que me empujaba con
su cuerpo hacia afuera».
Abundan en el historial de
peligros de Maikel otras anécdotas, como la relacionada con Dany, un león que
se crió artificialmente y mostraba problemas en las articulaciones. «No
caminaba correctamente, se arrastraba más bien. Le empecé a dar fisioterapia y
logré que caminara normal. Pude alargarle un poquito más el tiempo de vida.
Un 30 de agosto, hace dos años, se me murió, cogió una septicemia generalizada.
Me sentí fatal, como si me tragara la tierra».
Con idéntica claridad, Maikel
recuerda a Mufasa, nombrado como el padre de Simba, el protagonista de El
rey león, uno de los cuadrúpedos que más le ha marcado con esto del
adiestramiento animal. «Ahora cuenta con diez años y se ha comportado como si
fuera un perro, de hecho hasta dormía conmigo en la taquilla. Cuando lo
pusieron a mi cuidado era muy achantado, no le complacía caminar. Al inicio
pasé trabajo, lo reconozco, pero después se me hizo incondicional. Luego lo
trasladaron para Matanzas, donde estuvo dos años, pero lo trajeron de vuelta. Y
cuando nos reencontramos parecía como si nunca se hubiera separado de mí. Ahora
está en el área de reproducción. Lo está intentando».
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